He me aquí ante este descomunal edificio, arquitectura simple,
formas rectas, semblante pétreo, ventanas por doquier
vestidas por amplias rejas sin forja.
Los negros nubarrones dan paso a una lluvia fina pero
intensa, comienzo a empaparme de la cabeza a los
pies. Los gorriones se refugian bajo las incoloras cornisas
del tejado. Octubre acaba de dar sus primeros pasos,
un calor sofocante asciende desde el suelo, y me
inunda por momentos provocando una sensación de asfixia
interior.
La amplia escalinata de piedra artificial me abre paso
a un pasillo, largo y oscuro. La soledad deja un eco frío
e inútil entre aquellos muros, hoy tan solitarios otrora
llenos de ruidosa vida.
Mis pasos apresurados me llevan al final del corredor,
empujo la puerta y un enorme salón de actos repleto
de butacas, donde el polvo duerme hace años,
aparece ante mis ojos. No puedo evitar fijarme en la
última fila, alguien está sentado en la penumbra.
Me dirijo hacia él con el corazón a velocidad frenética
y la boca seca donde la saliva se ha convertido en
pegamento.
Cuando llego hasta aquella figura humana, la sangre
se me hiela en las venas, allí estaba yo con treinta
años menos esperando tu regreso, esperando un sueño,
el de la ausencia.
José Manuel Serna©