Dame, amor,
el incendio de tu
piel,
dame una vena
furtiva
para derramar mi
sangre
de pétalos rojos
sobre la sombra de
tu cuello,
como sutil perfume.
Tus ojos, tus
labios,
esto es lo que yo
veo
sobre todas las cosas,
mientras mis manos
guardan la lluvia de
estambres,
el resquicio por
donde pensarte
como un poema que
bate el aire
entre el oleaje de
las páginas,
entre la espuma
voladora de las gaviotas.
Dame, amor,
el nervio de tus
dedos
para que de esa
forma no sienta
la herida que
sobrevive a tu corazón,
y sea la mano que me
guíe en tu sueño.
©José Manuel Serna